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Recorrer “la última milla” contra la malaria en Mesoamérica

25.4.2015

[Escrito por Javier Solana y Antoni Plasència, vicepresidente y director general, respectivamente, del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal)]

Para las decenas de miles de trabajadores que construyeron el Canal de Panamá a principios del siglo pasado, los mosquitos presentaron una batalla tan complicada como el agua, la tierra y las condiciones climatológicas. Alrededor de 1906, el 85% de los trabajadores del canal habían sido hospitalizados en algún momento, víctimas de la malaria y la fiebre amarilla, lo que generó muertes, sufrimiento y costes económicos mucho más allá de lo razonable. Enfrentado a la posibilidad de un fracaso similar al que experimentaron otras potencias en el pasado, el Presidente Theodore Roosevelt tuvo que decidir sobre un costoso plan contra la malaria diseñado por el Coronel médico William Gorgas, basado en la fumigación del istmo y no en las terapias paliativas aplicadas hasta entonces. “Se enfrenta usted a una de las grandes decisiones de su carrera –le dijo su médico personal, Alexander Lambert-. Si retorna a los viejos métodos, fracasará como fracasaron los franceses. Si apoya a Gorgas, tendrá su canal”.

Más de cien años después de este episodio, es difícil no pensar en el Canal de Panamá como una metáfora del sueño al que se asoma la región mesoamericana: la posibilidad de poner fin a la malaria, una enfermedad que ha costado la vida de miles de seres humanos y lastra las economías y el progreso en un territorio que se extiende entre el Este de Colombia y el Norte de México. En el comienzo del siglo XXI, la región más pobre del hemisferio asume un reto que hasta ahora solo ha estado al alcance de los más desarrollados. Un reto que traspasa las fronteras de la región y que solo podrá ser alcanzado si se unen la diplomacia de la salud y el compromiso político internacional.

América Latina constituye hoy uno de los frentes más esperanzadores de la guerra global contra la malariaAmérica Latina constituye hoy uno de los frentes más esperanzadores de la guerra global contra la malaria. De los veintiún países de la región que son endémicos en esta enfermedad, siete están en fase de pre-eliminación y catorce en fase de control. Los 427.000 casos identificados en 2013 suponen una caída del 60% con respecto a los números de 2000. La eficacia de las medidas de prevención y control ha permitido a Centroamérica, México, República Dominicana y Haití acariciar la posibilidad de verse libres de la malaria, una consecución histórica que Estados Unidos y Europa lograron a mediados del siglo pasado. Este objetivo fue plasmado en 2013 en una declaración que compromete recursos y voluntad política para eliminar todos los casos autóctonos antes del año 2020 y declarar la región libre de malaria en 2025. Para ello se ha establecido un programa de financiación liderado por los propios gobiernos y apoyado por el Fondo Global contra el SIDA, la Malaria y la Tuberculosis.

No será una tarea fácil. Aunque los instrumentos y la financiación llegasen a estar disponibles –lo cual no está garantizado-, el reto de la eliminación de la malaria tiene enormes complejidades. Todos los países de la región cuentan con algún tipo de tratamiento antimalárico para los afectados, pero en las zonas de alta transmisión las dos medidas preventivas más eficaces –redes impregnadas de insecticida y fumigación de interiores- rara vez están disponibles para la mayoría de la gente. El problema, como advierten los expertos regionales, es que las poblaciones más expuestas al contagio están dispersas y padecen altos niveles de pobreza, como demuestra el caso de las comunidades amerindias de México y Guatemala. Llegar a ellas supone un ejercicio tan masivo como quirúrgico de planificación.

Son problemas reales que reflejan la complejidad del mismo fenómeno de “la última milla” que la comunidad internacional ha experimentado en la eliminación de otras enfermedades como la viruela, la polio y el sarampión.

Pero ninguno de estos obstáculos debería impedirnos apreciar la envergadura extraordinaria del objetivo. En primer lugar, la experiencia de casos anteriores sugiere que la eliminación de la malaria traerá beneficios humanos y económicos que justifican cualquier inversión actual. Los beneficios de la erradicación de la viruela con respecto a las políticas de control fueron estimados en 1967 en un ratio de 450 a 1. En el caso de la malaria, las ganancias están relacionadas con la mejora de las condiciones de salud y el incremento de la productividad de la población, en particular en regiones con alto potencial de recuperación económica. Un estudio publicado en 2013 en el American Journal of Tropical Medicine and Hygiene estimaba en cerca de 210.000 millones de dólares los beneficios que acarrearía el éxito del Plan de Acción Global sobre Malaria entre 2013 y 2035.

Un estudio publicado en 2013 estimaba en cerca de 210.000 millones de USD los beneficios que acarrearía el éxito del Plan de Acción Global sobre MalariaEn segundo lugar, este objetivo ofrecería a la región el prestigio de liderar un esfuerzo que debe extenderse al resto del planeta, como señala la agenda del desarrollo post-2015. La eliminación de una enfermedad como la malaria exige una madurez institucional y política que no está al alcance de todos. Los pasos que se han dado hasta ahora son el resultado de sistemas de salud cada vez más sólidos, un modelo operativo de vigilancia epidemiológica y la experiencia acumulada en años de esfuerzo. Por no hablar de los importantes recursos nacionales que se han invertido. Justo lo contrario de la imagen de violencia, corrupción e inestabilidad que Mesoamérica debe vencer ante países socios e inversores privados.

Se pide a los propios países afectados que tomen las riendas de este asunto, pero eso no quiere decir que puedan recorrer solos “la última milla”. Erradicar la malaria es un bien común global tanto como un objetivo local, y sería necio no poner al servicio de la región los mismos recursos que han tenido éxito en el pasado y que hoy están al servicio de otras regiones. En Mozambique, por ejemplo, la Alianza MALTEM se ha establecido como objetivo eliminar la malaria en el sur del país en un período de cinco años. Este programa –liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona- es el resultado de la voluntad del pueblo mozambiqueño y de la colaboración de organizaciones privadas como la Fundación “la Caixa” y la Fundación Gates con instituciones públicas como el Gobierno de Mozambique y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo. ¿Por qué no replicar este esfuerzo en Mesoamérica con la participación de actores locales públicos y privados? La Cooperación Española puede jugar aquí el mismo papel multiplicador que Australia está liderando en la lucha contra la malaria del Sudeste Asiático.

La eliminación de la malaria no es una quimera. Es el resultado cierto de la inteligencia y la voluntad humanas puestas al servicio de un objetivo común. Cuando este objetivo está tan cerca de nuestro alcance como en el caso de Mesoamérica, renunciar a él es una responsabilidad que no deberíamos aceptar.