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Por qué no nos hemos ido de X (todavía)

31.3.2025
Fake news

No podemos ceder el terreno a los dueños de los algoritmos. Si la población está en las redes, tendremos que ir allí a hablarle.

 

Hoy me lo han vuelto a preguntar. Otras veces, casi te lo exigen:

¿Por qué no nos vamos de X?

La respuesta no es sencilla. Ni mucho menos definitiva.

Ciertamente, X se ha convertido en un lugar propicio para el odio, las fake news y el hostigamiento a la comunidad científica. Tendría sentido que una institución dedicada precisamente a la ciencia decidiese abandonarlo. ¿Pero por qué contentarse con eso?

¿Es que X está sucia pero Facebook e Instagram son trigo limpio? ¿Se nos ha olvidado que tanto una como la otra se han visto envueltas en un escándalo tras otro desde el inicio de sus días? ¿Es Mark Zuckerberg mejor que Elon Musk? ¿Por qué seguimos usando WhatsApp todos los días, si también es propiedad de Meta? ¿Y cuál es el beneficio para Meta de poseer WhatsApp, por la que en su día pagaron una cantidad astronómica, si no nos cobran por ello ni nos sirven publicidad?

Si de verdad queremos ser consecuentes, deberíamos abandonar también todas las aplicaciones de Meta. Pero espera un momento: ¿Qué hay de Google y YouTube? ¿Sabemos qué hacen con nuestros datos? ¿Y TikTok, que tiene un algoritmo diferente para China, y sobre la que tanto la Unión Europea como Estados Unidos han expresado preocupación? ¿Y LinkedIn, que es propiedad de Microsoft? ¿En esa sí que nos quedamos?

Las redes sociales dañan la salud física y mental

Otra derivada a considerar son las consecuencias que el uso masivo de redes está teniendo sobre la sociedad y sobre la salud en particular. Cada vez son más las evidencias sobre los perjuicios que las redes sociales causan en la salud de las personas y muy especialmente en la salud mental de la población joven.

Siendo así, la pregunta dolorosa es: ¿cómo es posible que una institución que aspira a mejorar la salud global utilice herramientas que la empeoran? La respuesta a esto tampoco es sencilla ni definitiva.

¿Es Bluesky la alternativa a X?

Tras el resultado electoral en Estados Unidos y sus inabarcables consecuencias, la respuesta de muchas instituciones e individuos de la comunidad científica ha sido abandonar la red social X. Como ya ocurriera en su día con Mastodon, otra opción que fue celebrada como alternativa, muchos se han pasado a Bluesky, que recupera el espíritu del Twitter original y asegura jugar limpio. De hecho, ISGlobal también está presente en Bluesky.

Aunque con ese gesto no se soluciona nada, se trata de eso mismo, de un gesto. Y un gesto puede ser mejor que no hacer nada.

La verdad es que lo que nos hemos encontrado quienes hemos entrado en Bluesky es un entorno menos dañino y también más silencioso. No hay odio, pero es que tampoco hay gente. Es verdad que hay científicos y hay instituciones; solo falta lo esencial: eso que en las propuestas de proyectos llamamos “población general”.

¿Para qué sirve la comunicación?

Llegados a este punto, conviene recordar que “comunicar” es un verbo transitivo. Se comunica algo a alguien. Puede que en Bluesky se esté muy a gustito y se pueda publicar sobre ciencia sin recibir insultos y amenazas. Lo que no tiene sentido, viendo la que está cayendo ahí fuera, es que la comunidad científica se refugie en una torre de marfil a velar por el conocimiento y por la moral. Habrá que ir a donde está la gente, siempre y cuando lo que queramos sea dirigirnos a ella.

Eso, que se dice tan fácil, resulta cada vez más complicado y nos obliga a incurrir en contradicciones. Las redes sociales y los algoritmos nos han llevado a un terreno que no favorece la comunicación de la complejidad, la incertidumbre o el riesgo y donde todo es blanco o negro y no hay espacio para los matices. El medio, efectivamente, es el mensaje. En esos canales la desinformación va en nave espacial y la ciencia a caballo o en burro. La batalla es desigual y por ahora no hay signos de que la estemos ganando.

La solución no está en X ni en Bluesky

Ante todo esto, la solución no puede ser desertar y dejar el tablero en manos de los dueños de los algoritmos. Hay que plantar cara en todos los frentes. Si la población está recluida en las redes y cada vez consume menos medios de comunicación y menos páginas web, tendremos que ir allí a hablarle. Tendremos que elaborar contenidos rigurosos con la esperanza de que la IA los use en sus respuestas.

Sin embargo, la batalla más importante de todas no se libra en X ni en Bluesky. Se libra en las casas y en las escuelas. Se libra en nuestros bolsillos y en las habitaciones de nuestros hijos. En apenas una década, hemos permitido que las tecnológicas invadan todos estos espacios que antes eran íntimos. Les hemos dado barra libre a nuestros datos y acceso premium a nuestros cerebros y a los de nuestros hijos. En lugar de entrenar a la IA, hemos dejado que las máquinas nos entrenen a nosotros, manipulando los circuitos de recompensa de nuestro cerebro, polarizándonos y habituándonos a las microtareas. Fue ahí y no en X donde empezamos a perder la guerra. Y es ahí también donde debemos empezar a ganarla.