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Entrevista a Jordi Sunyer: “Me siento parte de una generación que volvió a poner la salud pública y la medicina preventiva al nivel que había tenido”

06.6.2024
Jordi Sunyer 1
Foto: Aleix Cabrera / ISGlobal

Jordi Sunyer, investigador de ISGlobal y catedrático de la Universitat Pompeu Fabra (UPF), ha recibido el premi Jaume I a la Investigación Clínica y la Salud Pública.

 

Lo reconozco por la silueta delgada y ágil, que avanza a contraluz por el pasillo. Tiene casi 67 años y ya se lo ve poco por su despacho del PRBB (Parque de Investigación Biomédica de Barcelona). Se acerca para avisarme de que ha llegado, solo necesita beber agua después de dos horas de clase. Luego, me dice, se pondrá a mis órdenes, hará lo que yo le diga.

Jordi Sunyer está considerado una autoridad mundial en epidemiología ambiental. En 2014 recibió el prestigioso Premio Goldsmith, el año pasado le concedieron el título de doctor honoris causa por la Universidad de Hasselt (Bélgica) y ahora le acaban de otorgar el premio Jaume I en Investigación Clínica y Salud Pública. Formado como médico, la mayor parte de su extensa producción científica se ha centrado en la relación entre la calidad del aire y la salud, y en el papel del medio ambiente al inicio de la vida.

 

-¿Qué aire respiraste de pequeño?

-No es fácil decirlo. Yo vivía cerca de la plaza Lesseps de Barcelona y en aquel momento delante de mi casa solo había jardines. Ahora aquello es la ronda del General Mitre, donde pasan muchos coches. La calefacción que teníamos era de cáscaras de almendra. Y todavía recuerdo el camión que descargaba carbón, lo que quiere decir que seguramente en invierno debía de haber bastante contaminación por la combustión de carbón. Pero el hecho de que hubiera muchos menos coches hacía que probablemente la mayor parte del año los niveles de contaminación fueran más bajos que ahora. Es cierto que en la ciudad de Barcelona teníamos todavía mucha industria textil, y la planta térmica, pero contaminaban de forma más local, no sobre toda la ciudad. En estos momentos, la contaminación más importante, que viene del tráfico, está distribuida por todos los rincones de Barcelona. Es decir, en mi caso seguramente yo respiré un aire de más calidad que el que ahora tendrían mis hijos si vivieran allá.

-¿Por qué te interesaste por la contaminación del aire como ámbito de investigación?

-Por un lado, es por donde me ha ido llevando la vida. Entré en el mundo de la salud pública a través de las epidemias de asma de Barcelona de principios de los años ochenta. Era un momento en que se habían hecho esfuerzos para sacar las industrias de las ciudades y cambiar el carbón por otros combustibles, y el aire había mejorado. Pero a pesar de esto, se sospechaba que las epidemias, que causaron mucha alarma, estaban producidas por la contaminación. Nosotros, en el Instituto Municipal de la Salud (ahora la Agencia de Salud Pública de Barcelona), demostramos que las causaba una proteína biológica que se dispersaba al descargar los barcos en el puerto, pero también descubrimos que, en el asma, al final del año, el impacto de la contaminación del aire por las fuentes de combustión (tráfico, la térmica, etc.) era mucho mayor que el del alérgeno, y este era un problema invisible. Empezamos a estudiar si la calidad del aire era segura o no para la salud, casi como pioneros, y aquí empezó un camino. Ahora bien, si pienso de manera más profunda, me doy cuenta de que siempre he tenido una inquietud por el medio ambiente. Cuando era residente ya iba a las secciones del colegio de médicos hablando de medio ambiente y salud. Intuía que la natura tiene que ver con la salud, como los griegos hace tres mil años. Y esta intuición es algo interior, que no sabes de donde viene. Yo creo que fue esto: el camino que me encontré y una cosa que venía de antes.

La montaña: libertad y reto

-¿Qué contacto tienes con la naturaleza?

-No puedo vivir sin ella. Me paso muchos fines de semana en la montaña. Mi manera de desahogarme es subir montañas. ¡A ver si este otoño puedo volver al Nepal!

-¿A hacer alpinismo?

-Sí, a hacer excursiones, no a subir picos. El juego con la muerte no me gusta. No me sé poner en riesgo como para subir el Everest, aunque me han dicho que tendría capacidad para hacerlo. He llegado a sus pies, pero no he subido hasta más arriba porque no me llama la atención.

-¿Y qué te gusta de subir montañas?

-Es muy difícil de explicar. Primero, me siento muy bien. Es seguramente donde me siento mejor en la vida. Me da un sentido de libertad, de reto. Y, después, hacer una excursión, subir una montaña asequible, es una lección de vida: de cómo gestionar la resistencia, de saber cuáles son tus límites, de cómo sacar energía para superar los problemas, de saber conducir un grupo, de estar por los demás...

-Lo que aprendes en la montaña, ¿lo aplicas al trabajo?

-Totalmente. La investigación tiene un poco de esto: necesitas resistencia, resiliencia y saber superar los momentos complicados, enfrentarlos de cara. Esto te lo enseña la montaña.

 


 

Camino, más que carrera

-Has tenido momentos difíciles en tu carrera profesional?

-No. Y me gusta más hablar de camino que de carrera, porque nunca he tenido la sensación de competir con los demás, creo que he competido más conmigo mismo. Sobre los momentos difíciles, solo tuve una pequeña crisis cuando empecé a hacer investigación, porque añoraba mucho la práctica clínica, tenía una gran vocación médica. Hasta que llegó un día en que entendí que había descubierto una segunda vocación, que es la investigación. No supe combinar las dos cosas, se me hacía muy difícil ser competente en las dos vertientes y, además, en aquel momento no teníamos las estructuras de investigación que tenemos ahora. Entonces, aquel quizás sí que fue un momento de crisis, pero no lo viví tampoco de una manera muy negativa. Después ya fue todo muy rodado. Y también he tenido mucha suerte, porque todos los estudios que hemos ido haciendo han dado resultados que confirmaban nuestras hipótesis. A mí no me ha pasado que haya dedicado cuatro años a una investigación que después diera resultados nulos, y me podía haber pasado.

-De hecho, es habitual en ciencia.

-Sí, pero hemos coincidido con el desarrollo de todo un campo de investigación: el del papel de nuestro entorno en la salud. Ha aparecido, por ejemplo, la epigenética, que era el que ya sospechábamos, que hay una interacción entre los genes y el ambiente. Esto nos confirma que el medio ambiente juega un papel muy importante en el origen de las enfermedades.

La creación del CREAL, un hito emotivo

-¿Recuerdas algún momento especialmente bonito de todos estos años?

-Repasándolos, creo que la creación del Centro de Investigación en Epidemiología Ambiental (CREAL), con Josep Maria Antó y Manolis Kogevinas. En parte recogimos una herencia escondida, que nos habían arrebatado. La guerra civil había desmantelado la medicina preventiva y la salud pública de nuestro país, muy reconocidas desde el siglo XVIII, con gente que había colaborado con Pasteur o con Alemania. La guerra hizo que todos los profesores desaparecieran. Yo me siento parte de la generación que de nuevo volvimos a poner la salud pública y la medicina preventiva al nivel que había tenido. Es bonito lo que conseguimos con Josep Maria y Manolis. El CREAL, por cierto, fue uno de los núcleos fundadores de ISGlobal. Sin el CREAL no habría ISGlobal.

-¡Hoy estáis los tres en el PRBB!

-Por pura casualidad. Yo trabajo con Josep Maria desde el año 1985, cuando me contrató para estudiar las epidemias de asma. Durante mi residencia había hecho un máster a distancia de epidemiología en la Universidad Pierre y Marie Curie, porque en la carrera no teníamos ningún tipo de formación de medicina comunitaria. Es decir que mis conocimientos eran modestos, pero es que el país estaba ¡a cero! Aprendí la palabra epidemiología casi en el tercer año de residencia. Hemos hecho un largo camino, desde entonces hasta tener un CREAL, un ISGlobal, y muchos centros haciendo investigación en salud pública.

-¿Teníais una manera de trabajar diferente que las generaciones de ahora?

-No lo sé. Una de las características del CREAL, que se ha mantenido a Parc Salut Mar (todo investigador de fuera lo destaca), es la colaboración entre investigadores. Esta forma de trabajar era muy nuestra y veo que se ha mantenido.

 


 

Un camino, tres puntos de inflexión

-¿Qué otros hitos destacarías de tu camino?

-Yo he vivido tres hechos importantes. De joven, desde una sala de hospital ya me empecé a preguntar si los enfermos no llegaban demasiado tarde, y por qué no podíamos prevenir aquellas enfermedades. En los años setenta veíamos morir a bastantes enfermos. Pero para mí fueron fundamentales los estudios de las epidemias de asma. Vimos que con una intervención poco costosa, poniendo unos filtros para evitar que se dispersara el alérgeno generado en la descarga de los barcos, caían las urgencias hospitalarias por asma en Barcelona. La fuerza de la prevención de la enfermedad para mí fue como una iluminación. Después te das cuenta, cuando por ejemplo quieres prevenir los efectos de la contaminación atmosférica del tráfico, que todo es mucho más difícil de aplicar. El caso de las epidemias de asma era un modelo bastante sencillo. Pero para mí aquello significó un cambio en mi camino. El segundo fue cuando descubrimos que la contaminación tenía un papel más grande que el alérgeno en el asma. Y el tercero cuando, estudiando los orígenes del asma, nos dimos cuenta de que había que ir al inicio de la vida. Y, de nuevo, he vivido la confirmación de una hipótesis: lo que ocurre en el inicio tiene más importancia para la salud a lo largo de la vida que lo que ocurrirá en etapas posteriores. Y quiere decir también que hay más capacidad preventiva: la intervención al principio tiene mucho más impacto que si se hace en periodos posteriores.

-¿Se tiene suficiente en cuenta esta etapa primera de la vida?

-Ahora mismo vengo de una clase con una médica del hospital Sant Joan de Déu que ha creado una unidad de salud ambiental. Es decir, que empieza a haber interés y sensibilidad. La lástima es que en Cataluña solo hay esta unidad y otra en Olot. No hay en los centros de atención primaria, todavía estamos muy al principio. En los últimos años hemos creado una nueva cohorte de recién nacidos en la ciudad de Barcelona y muchas de las madres que participan ya tuvieron durante el embarazo una gran sensibilidad para gestionar la dieta, los materiales que utilizaban, la contaminación, las radiaciones... Un grupo de población ya entiende esto. Pero todavía tenemos una parte muy importante que no se preocupa si da a sus hijos alimentos ultraprocesados, a pesar de que sabemos que tienen un papel en la inflamación sistémica y que llevarán a varias enfermedades, entre ellas la obesidad. Tenemos cada día más evidencias científicas, y se están trasladando al sistema sanitario y a la población, pero todavía de manera muy tímida.

Un científico, como un artista o un místico

-¿Y esto es desalentador para un científico?

-No. Tenemos que ser resilientes. Lo que mueve a una persona a hacer ciencia es algo muy interior, similar a lo que mueve a un artista a hacer arte, o incluso a un místico a cerrarse en una cueva o un convento. Son cosas interiores que hacen que lo que te motive sea proveer conocimiento para resolver problemas. Uno de los problemas mayúsculos de la humanidad es la crisis planetaria.

-¿Cuáles serían los otros?

-Otro es la falta de equidad. De conocimientos ya tenemos muchos para resolver los problemas, la cuestión es aplicarlos de una manera equitativa. Una gran parte de la población es víctima de lo que una minoría está produciendo.

 


 

Dos problemas graves: comunicación de resultados e infrafinanciación

-¿Qué falla en la ciencia?

-Hay problemas globales. Uno de interno grave es la comunicación de resultados. El sistema que teníamos ha entrado en un capitalismo feroz y en estos momentos cuesta mucho dinero comunicar tus resultados. Todo el proceso de evaluación por pares se está complicando mucho porque cuesta mucho encontrar revisores, cada vez hay más revistas... Otro problema muy importante es la creación y la retención de talento. Los jóvenes no sé si están tan atraídos por la ciencia como hace quince o veinte años. Y, sobre todo, nuestro sistema es muy injusto con ellos: los formamos muy bien y después los expulsamos. Creo que en Estados Unidos también pasa un poco esto. Y luego tenemos un problema externo, más común en Europa, que es la infrafinanciación. La Unión Europea ha permitido crear redes humanas y profesionales entre personas de muchos países, pero nosotros siempre hemos hecho proyectos con escasez de recursos y esto, que te hace dedicar muchas más horas de las que sería razonable, también impacta sobre la calidad de los proyectos. Aquí hay una gran diferencia con Estados Unidos.

-Aun así, por la poca financiación los resultados son muy buenos.

-Esta es la paradoja. Este año Cataluña es una de las regiones punteras ena Europa en captación de recursos. Pues entonces ¡financiemos bien la ciencia! Pongámosla al nivel de Alemania o de Suiza en gasto! Hemos llegado a tener estructura pero tenemos que creer en nuestro sistema de investigación, que es el sistema CERCA catalán.

Aprender de los anglosajones

-¿Cómo recuerdas las estancias en Estados Unidos?

-Vitalmente, salir fuera es muy importante. Para toda la familia fue una experiencia de un antes y un después. Y, además, el mundo anglosajón es iluminador para la investigación. Hume y los ingleses son quienes crearon las bases del empirismo. Toda la sociedad anglosajona está muy centrada en este positivismo: los problemas se solucionan basados en la evidencia, se usa el conocimiento y se fomenta la producción de conocimiento, que tiene un valor en la sociedad. Para hacer ciencia es muy útil ir a estos países. Y en Estados Unidos tienen un nivel de financiación que nosotros no tenemos. Allá te enseñan el rigor, las buenas prácticas, la actitud proactiva de enfrentarte a los problemas. Aquí, al menos antes, había un sentimiento muy trágico de la vida, derrotista. Un lamento. Y puede haber otra manera de enfrentarse a la vida, a pesar de que el optimismo estadounidense es casi naif. De todas maneras, después descubres que la ciencia no lo puede responder todo, que hay otras formas de pensamiento, como la intuición, la experiencia, el arte, que juegan su papel en la vida, y en preguntas que la ciencia probablemente no puede responder. Yo también soy curioso con otras formas de pensamiento. Soy excesivamente curioso.

No ser un tapón para los quienes vienen detrás

-¿Ahora estás bajando el ritmo?

-He ido delegado responsabilidades ya desde antes de los 65 años. No quería ser un tapón para el desarrollo profesional de quienes venían detrás. Y llega un momento en que pierdes facultades, hay un agotamiento, a pesar de que la capacidad de análisis sigue siendo muy buena, y esto puede ser útil. Pero con una actitud de servicio, detrás. Yo estoy aquí hasta que me quieran. Ya he cumplido.

-¿Qué te queda para hacer?

-Todavía me queda publicar los hallazgos del estudio BISC de los últimos años. Pero pronto me tocará parar. Yo soy de los que pararé. Porque ya está. Y tengo ganas de hacer otras cosas en la vida.

-¿Se puede saber qué?

-Ah, ¡vivir! Quizás es que el nivel de ambición baja mucho. E irse preparando para una etapa de deterioro, y dentro de unos años, ir entendiendo mejor qué es esto de la muerte y el final de la vida. No sé, un poco por aquí. Para ocupar el tiempo y seguir siendo creativo sí que tengo actividades. Me gustaría volver a volver a tocar la flauta, y continúo cantando en el Coro del Conservatorio de Sant Cugat. También me interesa mucho estar con mis nietos, es una prioridad para mí. Y desde el confinamiento de la COVID-19 escribo a diario y me gustaría escribir más.

-Tu creatividad se despliega en muchas facetas.

-Sí, ¡no sé si es bueno o malo!

-¿Por la dispersión?

-No, eso no. Me he centrado mucho en el trabajo. Tengo la sensación de haber dedicado muchas horas a la investigación. Ya les toca a otros.