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Luchando por respirar

12.11.2019

Foto: Save The Children

[Este artículo ha sido escrito por Quique Bassat, investigador iCREA, y Gonzalo Fanjul, Director de Análisis, ambos de ISGlobal]

Incluso en estos tiempos revueltos, cuando encontramos motivos para discutir casi por cualquier nimiedad, al menos es posible coincidir en una cosa: la muerte de un niño es un hecho que violenta nuestra naturaleza más íntima. Si se trata de 800.000 niños y niñas cada año, y si estas muertes son evitables, la violencia y la responsabilidad parecerían insoportables. Pero esto es exactamente lo que está ocurriendo hoy en nuestro planeta como consecuencia de una enfermedad llamada neumonía, y la única razón por la que lo aceptamos es porque estas muertes se producen muy lejos de nuestra vista. No los consideramos nuestros hijos.

La muerte de un niño es un hecho que violenta nuestra naturaleza más íntima. Si se trata de 800.000 niños y niñas cada año, y si estas muertes son evitables, la violencia y la responsabilidad parecerían insoportables. Pero esto es exactamente lo que está ocurriendo hoy en nuestro planeta como consecuencia de la neumonía

La neumonía es una infección de las vías respiratorias bajas causada por bacterias o virus. Las circunstancias en las que se desarrolla y el perfil de sus víctimas hacen de ella un ejemplo paradigmático de las llamadas “enfermedades de la pobreza”: patologías concentradas en las regiones y poblaciones más pobres y vulnerables, para las que existe un tratamiento barato y simple (en este caso, antibióticos y oxígeno) que, sin embargo, no alcanza a los potenciales pacientes. La sencillez de la respuesta hace de esta enfermedad un caso particularmente obsceno, porque se trata todavía de la primera causa de muerte infecciosa en la edad pediátrica. Una vacuna que cuesta unos pocos euros, administrada durante los primeros meses de vida, tiene el efecto asombroso de salvar una vida.

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