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Cómo mejorar la gobernanza ante las emergencias de salud global

21.11.2014

Que las enfermedades viajan y no entienden de fronteras lo sabemos bien desde el inicio de la humanidad, a cuyo desarrollo —dicho sea de paso— han contribuido de manera decisiva bacterias, virus y parásitos. Lo que sí es nuevo es la rapidez con la que actualmente se difunden y el aumento de su impacto en la población como consecuencia de un crecimiento demográfico imparable y de la concentración cada vez mayor de las personas en grandes núcleos urbanos. A ello se añade otro factor que viaja a todavía mayor velocidad: las noticias, cuyo efecto amplificador aumenta la sensación de proximidad en el tiempo y en el espacio,  potenciando la percepción individual y colectiva de incertidumbre y de riesgo.

La epidemia de ébola es una oportunidad para que los estados y los principales actores internacionales acepten ceder algo de su soberanía para estar a la altura Hacer frente a esta situación requiere de unos mecanismos resolutivos de gobernanza de la salud global, es decir de articulación de las respuestas de los distintos actores públicos y privados ante aquellas enfermedades y riesgos para la salud que requieran una acción transfronteriza efectiva. Ello es aplicable a las numerosas enfermedades que por su distribución tienen, día tras día y de manera silenciosa, un fuerte impacto sobre las desigualdades sociales y geográficas en salud —es el caso de la malaria, el sida y la tuberculosis, y también de las enfermedades tropicales desatendidas, como el Chagas, el dengue o la leishmaniasis. Pero la gobernanza de la salud global también se pone en evidencia en circunstancias como pandemias, epidemias y determinados brotes —verdaderos “incendios de la salud global”— que requieren una respuesta rápida, a menudo en contextos sanitarios y sociales precarios, limitados recursos y con niveles elevados de incertidumbre, como el caso de la actual epidemia de ébola en África occidental.

La lentitud y descoordinación de la respuesta efectiva de la mayoría de los actores globales, OMS, gobiernos estatales, Banco Mundial y organizaciones privadas —con la excepción de algunas ONG—, pone de manifiesto que hay que repensar cómo dar la respuesta adecuada en el momento preciso, articulando liderazgo, conocimiento interdisciplinar y capacidad de actuación multinivel. Entre las propuestas a considerar destacan:

  • 1. Reconocer el rol de liderazgo —no sólo técnico, sino también político— de la OMS en situaciones de emergencia global para la salud, algo que solo recoge parcialmente su actual Marco de Respuesta a Emergencias
  • 2. Organizar y entrenar una fuerza internacional permanente de “cascos blancos”, de naturaleza civil e integrada por profesionales sanitarios y de apoyo técnico —una propuesta que hizo ya hace un par de meses el Secretario General de Naciones Unidas y que no parece despertar mucha respuesta—, con apoyo efectivo de los gobiernos de todos los países y en colaboración con las organizaciones pre-existentes en el terreno
  • 3. Articular un fondo permanente de financiación de la respuesta ante emergencias de salud global, no solo centrado en la respuesta a corto plazo, sino también en la reconstrucción y fortalecimiento de los sistemas de salud, una vez superada la fase más aguda,  en línea con lo expresado por el Presidente del Banco Mundial hace un mes
  • 4. Promover un compromiso de los principales financiadores públicos y privados de la investigación y la innovación —tanto básica, como clínica y de salud pública— para incluir la preparación ante las emergencias de salud global entre sus principales prioridades

Aunque fortalecer la capacidad global de “apagar incendios” no debe minimizar la prioridad de disponer de sistemas de salud resolutivos, sostenibles y equitativos, la epidemia de ébola es una oportunidad para que los estados y los principales actores internacionales acepten ceder algo de su soberanía para estar a la altura de las exigencias del esfuerzo compartido que se requiere, promoviendo una cooperación cosmopolita, en lugar de la acción de política interna y de cortas miras. A su vez, la OMS precisa ganar en agilidad y capacidad de respuesta, minimizando burocracias innecesarias y contraproducentes. Y es a la sociedad civil, especialmente la ciudadanía de los países más ricos, a quién corresponde movilizarse para propiciar estos cambios deseados en la gobernanza de la salud global, contribuyendo entre todos a la equidad, al desarrollo y a la seguridad.