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La malaria en los tiempos del ébola

29.4.2015

[Esta entrada es parte de la serie de blogs Día Mundial de la Malaria 2015 que coordina Roll Back Malaria y que se publican entre el 8 de abril y el 1 de mayo de 2015]

Cada año, la comunidad global en el ámbito de la salud señala el 25 de abril como el Día Mundial de la Malaria; se trata de un momento para reflexionar sobre los estragos causados por la enfermedad, los avances logrados al combatirla y el trabajo que aún queda por hacer. Pero este año, con la crisis del ébola planeando todavía por encima del África Occidental, la situación es algo distinta. Por un lado, existe la tentación de decir que no deberíamos despistarnos ni por un momento en la lucha contra el ébola para marcar un día predefinido en el calendario para otra enfermedad. De forma diametralmente opuesta, existe también la tentación de decir que sí, que el ébola es importante, pero que de hecho la malaria ha matado a muchas más personas en los países afectados de las que ha matado el ébola, y que por lo tanto deberíamos redefinir nuestras prioridades al decidir dónde centramos nuestra atención.

Ambas opiniones tienen sus puntos fuertes, pero en mi opinión la mejor manera de señalar el Día Mundial de la Malaria este año es darse cuenta de las profundas conexiones existentes entre el ébola y la malaria, y reflexionar sobre el modo en que las lecciones aprendidas en cualquiera de las dos pueden ayudarnos a enfrentarnos más eficazmente a ambas.

En mi opinión, existen por lo menos tres similitudes fundamentales entre las dos. En primer lugar, y lo más importante: está claro que es posible progresar, pero la autocomplacencia que puede aparecer a consecuencia de dicho progreso nos puede hacer retroceder. En el caso de la malaria, hemos logrado avances extraordinarios: los índices de mortalidad asociados a la malaria se han reducido en un 47% a nivel mundial, y se han distribuido más de mil millones de mosquiteras para cama desde el año 2000. En el caso del ébola, hemos contenido un brote que escapaba a todo control el pasado otoño, con más de 1000 casos por semana; en la actualidad, sólo se detectan unas cuantas docenas de casos en el mismo periodo de tiempo. Aun así, en ambas enfermedades hemos podido ver ejemplos concretos de las consecuencias que tiene bajar la guardia de forma prematura. Zanzíbar es uno de los casos paradigmáticos en el ámbito de la malaria: el país casi logró la eliminación de la malaria en la década de 1950 y 1960, pero el número de casos repuntó antes de que la enfermedad pudiera ser eliminada formalmente. En Guinea, muchos expertos creyeron que se había controlado el ébola en la primavera del año 2014, pero de forma parecida la enfermedad reapareció, con más casos que antes, y la batalla contra ella aún no ha terminado.

La segunda similitud entre la malaria y el ébola es que, si bien la financiación es esencial en la lucha contra dichas enfermedades, no basta por sí sola; garantizar la voluntad política y la implicación significativa de la comunidad también son fundamentales para lograr avances permanentes. Algunos de los logros conseguidos en el ámbito de la malaria han sido posibles porque los líderes de los países más afectados por la enfermedad han dado un paso al frente y la han convertido en una prioridad para ellos y sus habitantes. A nivel local, los esfuerzos para la implicación de las comunidades en el ámbito de la malaria ha contribuido a mejorar la comprensión de la enfermedad, promover la búsqueda de atención médica y la utilización correcta de las mosquiteras para cama. De modo parecido, los esfuerzos para implicar a las comunidades locales en la lucha contra el ébola han demostrado ser una herramienta extremadamente valiosa para enfrentarse a creencias y estigmas y promover cambios de comportamiento (incluso en el ámbito de las prácticas funerarias tradicionales), al tiempo que han facilitado que las personas implicadas pudieran reconocer los síntomas y buscar ayuda. En ambos casos, una aproximación únicamente “de extranjero” no generaría en modo alguno el rápido progreso necesario para combatir ambas enfermedades eficazmente.

En último lugar, el ébola y la malaria nos recuerdan que las enfermedades infecciosas no existen en el vacío: cada una ejerce un impacto en la otra, y también a nivel más amplio, en el sector del desarrollo a su alrededor. Una de las víctimas secundarias del brote de ébola en el África Occidental fueron los esfuerzos de la región para combatir la malaria. Aunque organizaciones como el Fondo Mundial, UNICEF y MSF, entre otros, pusieron en marcha aproximaciones creativas para mantener los programas en funcionamiento, se detuvieron o cancelaron varias campañas de distribución de mosquiteras para cama, y según las estimaciones de UNICEF solamente en Sierra Leona ya se vio reducida en un 39% la cantidad de niños tratados contra la malaria. Las enfermedades como el ébola y la malaria también ejercen un claro impacto negativo más allá de la mortalidad que cada una de ellas pueda provocar: por ejemplo, reducir la probabilidad de que una mujer dé a luz en unas instalaciones seguras, y de que sobreviva al parto. También tienen un claro impacto económico: según las estimaciones del Banco Mundial, el ébola ha costado a los países afectados más de 1600 millones de dólares en crecimiento económico perdido en el año 2015, y según los economistas la malaria supone 12.000 millones de dólares anuales en pérdidas para el continente africano en términos de pérdida de productividad.

Por lo tanto, en este Día Mundial de la Malaria (y en cualquier otro) ignoramos la lucha que todavía se está llevando a cabo contra el ébola y las lecciones que aprendimos de ella, y eso es algo que nos puede costar caro. Al fin y al cabo, una muerte causada por la malaria ejerce el mismo impacto devastador que una muerte causada por el ébola. En lugar de enfrentar a una enfermedad con la otra, el mundo debe renovar su compromiso con la voluntad financiera y política de enfrentarse a ambas enfermedades, y a otras similares, de modo que ningún hombre, mujer ni niño deba morir innecesariamente de una enfermedad evitable.