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Cómo el cambio climático afecta la malaria

20.8.2024
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Foto: BOHEMIA project

¿Cómo está afectando el cambio climático a los mosquitos que transmiten la malaria? La respuesta no es tan sencilla como podría pensarse.

El cambio climático está afectando a nuestras vidas y suscitando nuevas preguntas sobre lo que nos depara el futuro. Para quienes están en primera línea de la lucha contra la malaria – investigadores, madres y niños de zonas endémicas y responsables de políticas sanitarias – hay mucho en juego. Se enfrentan a navegar por un futuro en el que la distribución de la malaria podría cambiar de forma impredecible, complicando los esfuerzos por controlar la propagación de los mosquitos, el parásito y la enfermedad.

Las investigaciones recientes, aunque todavía no son definitivas, ofrecen una imagen más clara, destacando la complejidad y la variabilidad regional del impacto del cambio climático sobre la malaria y su vector.

La expansión del área de distribución de los mosquitos Anopheles africanos

Utilizando datos históricos de 1898 a 2016, los investigadores han podido confirmar que el área de distribución geográfica del vector de la malaria - el mosquito Anopheles - se ha ido ampliando a lo largo del siglo XX. Estos mosquitos han ganado terreno, sobre todo en las tierras altas y el sur de África, donde las zonas que antes eran demasiado frías para que prosperaran los mosquitos se han vuelto ahora más adecuadas.

Aunque los hallazgos anteriores coinciden con las expectativas de los impactos del cambio climático, sigue siendo necesario realizar más investigaciones que exploren la causalidad directa del cambio climático en la expansión de estos vectores de la malaria.

Los múltiples efectos de la temperatura sobre la malaria

La temperatura tiene una relación compleja y no lineal con la transmisión de la malaria. Los modelos predicen que la transmisión de la malaria es óptima a 25º C. De hecho, las temperaturas más altas podrían disminuir los índices de transmisión, lo que ofrece cierta esperanza a las regiones del África subsahariana donde la malaria es endémica. Sin embargo, otras partes del mundo también se están calentando, incluidos lugares que antes eran demasiado fríos para los mosquitos, lo que presenta nuevas oportunidades para que los vectores de la malaria prosperen en nuevos hábitats.

En las zonas donde la malaria ya es frecuente, las temperaturas más cálidas aceleran el ciclo de crecimiento del parásito de la malaria. Las altas temperaturas acortan el periodo de incubación extrínseca, que es el tiempo que tarda un mosquito en volverse infeccioso tras alimentarse de sangre infectada, lo que amplifica la propagación de la malaria. Además, las temperaturas cálidas también podrían influir en la eficacia de los insecticidas ampliamente utilizados en las estrategias de control de la malaria, como se ha visto en este estudio de laboratorio.

Aunque todavía se está investigando la relación entre la temperatura y la malaria, ya estamos observando numerosos efectos del cambio climático sobre esta enfermedad mortal.

La certeza de los fenómenos meteorológicos extremos impredecibles

Hasta ahora, muchas intervenciones contra la malaria han dependido de estaciones secas y lluviosas predecibles, lo que ha permitido el despliegue oportuno de estrategias de prevención como la quimioprevención estacional de la malaria y la fumigación de interiores con insecticidas de acción residual. Sin embargo, el cambio climático está alargando las temporadas de transmisión de la malaria y creando oleadas impredecibles de esta enfermedad, desafiando las capacidades del sistema sanitario para prevenirla y controlarla.

Los fenómenos meteorológicos extremos como las lluvias excesivas, las inundaciones y los ciclones se cobran vidas, destruyen viviendas y dejan tras de sí caldos de cultivo ideales para los mosquitos. A veces, estos eventos extremos arrastran los insecticidas recién rociados y dañan las instalaciones sanitarias, incluidos suministros esenciales como los diagnósticos y los antimaláricos.

En 2022, Pakistán quintuplicó el número de casos de malaria tras las inundaciones provocadas por el deshielo de los glaciares del Himalaya y la subida del nivel del mar en el océano Índico.

Para el proyecto BOHEMIA, el mayor ensayo de ivermectina para la malaria realizado en África hasta la fecha, los fenómenos meteorológicos extremos se revelaron como el mayor desafío. En Mozambique, el ciclón Gombe perturbó gravemente el ensayo al desplazar a los participantes de sus hogares, destruir infraestructuras viarias críticas y dejar tras de sí un repunte de los casos de cólera y malaria. Mientras tanto, en Kenia, las fuertes lluvias también provocaron inundaciones y un apagón que afectó a la recogida de datos.

Algunas especies en peligro de extinción están amenazadas 

Este año, en Hawai se liberaron millones de mosquitos macho con una bacteria natural que impide que eclosionen los huevos de las hembras salvajes con las que se aparean, para salvar a las aves trepadoras en peligro de extinción. Estas raras aves están desapareciendo a causa de la malaria aviar y las únicas que quedan viven entre 1.200 y 1.500 metros de altitud, una zona demasiado fría para los mosquitos. Pero con el cambio climático, crece el temor de que los mosquitos pronto puedan sobrevivir y prosperar en zonas más elevadas de la isla.

Proteger lo ganado contra la malaria

Décadas de progreso mundial contra la malaria están ahora en peligro debido al creciente impacto del cambio climático. Los programas contra la malaria se enfrentan a la inevitable tarea de adaptar las herramientas existentes de prevención y control de la malaria a estas nuevas realidades climáticas. Iniciativas como el proyecto FORECAST en Uganda son pioneras en sistemas de alerta temprana para prepararse mejor y gestionar los brotes de enfermedades transmitidas por mosquitos.

Garantizar una financiación sostenible para la investigación y la innovación también es esencial a medida que nos enfrentamos a una convergencia de amenazas biológicas: la resistencia a los medicamentos y a los insecticidas, las mutaciones genéticas que socavan los diagnósticos y la propagación de especies invasoras de vectores de la malaria en nuevas regiones. Sin una inversión continuada, un liderazgo local y una colaboración mundial, estos retos podrían socavar décadas de progreso, haciendo que la lucha contra la malaria sea más difícil y urgente que nunca.

Aunque la adaptación al clima es fundamental, la comunidad de la salud global y la malaria también tiene una importante responsabilidad a la hora de mitigar el cambio climático. Un informe sobre la huella climática de la sanidad revela que si el sector sanitario mundial fuera un país, sería el quinto mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo. Los sistemas de fabricación, envasado en plástico y suministro de la cadena de frío del sector, que consumen mucha energía, contribuyen sustancialmente a estas emisiones. 

Esta realidad exige que los actores de la sanidad mundial examinen detenidamente su huella de carbono y se comprometan con estrategias climáticamente inteligentes y con la descarbonización, garantizando que la lucha contra la malaria no se haga a costa del futuro de nuestro planeta.

Por último, aunque la posible disminución de la incidencia de la malaria en el escenario climático «intermedio» esbozado en un estudio encargado por la Organización Mundial de la Salud pueda parecer un resquicio de esperanza, no debemos olvidar que un mundo demasiado cálido para los mosquitos no es mejor para los seres humanos. Un escenario así acarrearía grandes desafíos, como la sequía, la subida del nivel del mar y la inseguridad alimentaria, lo cual afectaría de forma desproporcionada a las poblaciones más vulnerables.

Por lo tanto, es crucial reforzar la lucha contra la malaria, integrándola en una respuesta multisectorial más amplia que aborde tanto el clima como la salud.